La visita de la presidenta del Govern a la Copa del Rey es una muy buena señal, una brisa fresca a la que no estábamos acostumbrados.
Yo he oído decir que detrás de la cruz está el diablo, y que no es oro todo lo que reluce, y que de entre los bueyes, arados y coyundas sacaron al labrador Bamba para ser rey de España». (Don Quijote de la Mancha, II 33).
Antigua es esta cita, y muy actual, siendo parte de nuestras desgracias casi cotidianas, al percatarnos de que promesas, percepciones y esfuerzos desaparecen ante las inocentes ganas de hacer las cosas bien y socavan un poco más las esperanzas de enderezar los valores fundamentales que, torcidos y angostándose, van desapareciendo.
Pero de vez en cuando dejamos ver lo buenos que somos en todo sentido, juntando esfuerzo, tradición y ganas. El Real Club Náutico de Palma cumplió 75 años y lo festejó con una cena-espectáculo en sus instalaciones el pasado julio. Impecablemente organizado, el evento fue disfrutado por 550 socios e invitados, y algo difundido por los medios locales. A principios de agosto se disputó la Copa del Rey MAPFRE, otro de los eventos tradicionales del club. Pero la Copa del Rey es otra historia. La Copa del Rey es oro sin necesidad de juzgar su resplandor o brillo. Es una regata que evoluciona discretamente (clases, recorridos, seguridad), es 100% tradición de torear al mar sin agredirlo, poniendo a competir a los hombres sin conveniencias propias, y cuyo interés no va más allá que respetar las reglas del deporte y aplicar la caballerosidad que ha formado parte de la náutica desde sus inicios, hace 350 años, cuando Amsterdam le regaló el Mary a Carlos II de Inglaterra como conmemoración de la restauración de la monarquía.
La Copa del Rey tiene una trascendencia internacional que genera envidias positivas. Positivas por países que, siendo la industria náutica mucho más importante y de tradición aceptada (en España la náutica sigue sin ser tradicional, miramos tierra adentro, no hacia el mar) estarían dispuestos a compromisos de envergadura para poder tener un evento similar en sus aguas.
Países y armadores extranjeros que no sólo no dudan, sino que hacen una planificación minuciosa para poder formar parte de la flota de la Copa del Rey.
A veces, mis clientes me piden hacerles «una marina como Mónaco». Pero instituciones como el Yacht Club de Mónaco, el Real Club Náutico de Palma, el Royal Yacht Squadron o el New York Yacht Club no pueden reproducirse, porque cada uno es el resultado de una historia, de un crecer junto a sus socios, sus yates, sus eventos. Son el producto de la idiosincrasia del lugar, de sus raíces, de las costumbres, de su relación con sus pares más allá de las fronteras.
En nuestro caso, es también combatir la ansiedad que causan las ignorantes medidas de la Autoridad Portuaria de Baleares, no admitiendo ninguno de los valores hasta aquí mencionados. Mallorca está orgullosísima de la academia de tenis de Rafa Nadal. Orgullosa de sus campos de golf, de sus rallies de coches de época, de sus maratones. El oro del RCNP se ha mantenido, adrede, en una vitrina de cristal opaco, inaccesible, porque los intereses de quienes gobernaban no pasaban por «hablar bien de los ricos». Esto puede cambiar, pero hay que ayudarlo. La visita de la presidenta a la Copa del Rey es una muy buena señal, una brisa fresca a la que no estábamos acostumbrados. El año que viene montemos una enorme pantalla en Cort y otra en Plaza de España, y transmitamos en directo, comentado. Traigamos el evento a tierra y ayudemos a comprender por qué estamos enamorados del mar. Regalemos a Mallorca el orgullo de su náutica.