Elcano siguió una ruta ortodrómica casi perfecta por el Índico Sur hasta llegar al sur de África. / Wikipedia
Ortodrómica: la distancia más corta entre dos puntos de la esfera terrestre no es la línea recta, sino la curva que, uniendo esos dos puntos, coincide con el arco del círculo máximo que circunvala la Tierra pasando por ellos.
En las Molucas el trato es cordial y los canjes de las diferentes mercaderías que llevan en la Trinidad y la Victoria por clavo, pimienta, nuez moscada y otras especias se van sucediendo de forma fluida. Todo va guardándose, primero en el almacén construido al efecto por el rey Manzor, y, a medida que este se va llenando, transportando y estibándolas a bordo de ambas naves. Estiba que debe ser meticulosa para que tan valiosa carga no se eche a perder ni pierda sus ricas propiedades y aromas en exceso.
A mediados de diciembre ya están las dos naos cargadas y listas para partir. En medio de una gran algarabía y efusivas despedidas, la Victoria leva anclas, iza velas y se hace a la mar, esperando afuera a la Trinidad. Pero esta tiene muchas dificultades para levar y, durante la operación, los marineros notan que sufre una importante vía de agua en la sentina. La Victoria vuelve al fondeadero y ambas tripulaciones, con la ayuda de los nativos, desestiban la carga y la almacenan en tierra, mientras intentan encontrar la vía de agua con la ayuda de indígenas, que bucean con los cabellos sueltos para intentar, así, dar con la entrada de agua. Todo resulta inútil, no se da abasto para achicar el agua que entra. La Trinidad debe reparase a conciencia y esto llevará bastante tiempo. Los monzones que soplan del este son favorables para intentar la travesía del Índico con rumbo al poniente y ambos capitanes deciden que es mejor separarse. La Trinidad, al mando de Gómez de Espinosa, permanecerá en Tidore reparando y, cuando esté lista, intentará regresar hacia el este, por el Pacífico norte, para llegar a las costas españolas de México occidental que bañan el Pacífico. Será el primer intento del Tornaviaje.
La Victoria, con Juan Sebastián de Elcano al mando, arrumbará hacia el Cabo de las Tormentas (Cabo de Buena Esperanza). Las despedidas son dolorosas, los amigos se separan y los que quedan en la Trinidad encargan a los de la Victoria que no dejen de visitar a sus mujeres, a sus madres, incluso sabiendo que la travesía será muy dura y que, tal vez, no vuelvan a verse ni consigan regresar a Sanlúcar. Tras recalar en varias islas para aprovisionarse lo mejor posible ante la larga travesía que les espera, el 11 de febrero salen de Timor.
Con el fin de evitar ser avistados por los portugueses, y de acuerdo con toda la tripulación, arrumban entre una y dos cuartas al norte del sudoeste. Y así lo hacen; no ven tierra en toda la travesía, excepción hecha de un islote cercano a los 38º de latitud sur, de altos acantilados en el que no fondean. Más tarde el islote será nombrado Ámsterdam por los holandeses, que dan el nombre de Elcano a uno de sus cabos (Pointe del Cano). Y es que Elcano, dotado de una gran intuición y conocimientos de navegación, a base de bordos para ganar barlovento, traza una derrota ortodrómica casi perfecta por el Índico Sur hasta su recalada en el Cabo de Buena Esperanza, bajando hasta los Rugientes Cuarenta; pero la confluencia de las corrientes de Las Agujas y la de Benguela en la costa sur de África convierten esta zona en un lugar temible para navegar y la Victoria pasa semanas frente a él, capeando temporal tras temporal. Finalmente, tras un duro temporal, Elcano se acerca todo lo posible al cabo, logrando doblarlo el 19 de mayo y arrumbar, por fin, al noroeste, en un océano ya conocido, el Atlántico. Sanlúcar queda más cerca. El escorbuto, sin embargo, ya ha aparecido y se une a las penurias de los temporales y a las averías de una pequeña nao que, ahora sí, podemos decir que ha surcado las aguas de todos los océanos.
«…La tormenta anuncia su amenaza el día 16. Los navegantes aferran las velas apresuradamente (…) Todas las escotillas son herméticamente cerradas (…). La nao es lanzada de una a otra ola; tan pronto en lo alto de una montaña de espuma como en lo hondo de un abismo (…). Una y otra vez la Victoria desaparece, pero emerge siempre con la quilla casi al aire, vertiendo a cada banda ríos de agua… De pronto, un chasquido siniestro hacía la proa. El huracán ha roto el mástil y verga del trinquete…» (Arteche).
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