Bermudo y Pedrete habían dormido en Cala Engossauba para salir a pescar fuera de la bahía bien pronto. El Francisca, de mestre Rafel, estaba fondeado por proa y con un cabo largado por popa a la costa. La pequeña cabina y el toldo les había resguardado esta fría y despejada noche de primavera.
Mientras preparaban la maniobra y las artes oyen cañonazos a lo lejos. Parecían venir desde el extremo de la bahía de Alcudia, cerca de Farrutx. Filan suficiente cabo de fondeo para llegar a la costa, Pedrete salta y recupera el cabo de popa, vuelve al barco tratando de mojarse lo menos posible y coge la caña. Bermudo va a la proa y cobra todo el fondeo hasta recuperar el rezón. Aduja rápidamente todo el fondeo y se agarra a los remos para salir de la cala. Mientras tanto Pedrete despliega la mesana. Una vez fuera del Morro del Pont largan la mayor.
Los dos barcos enzarzados en la persecución son dos jabeques. A pesar de la distancia –tal vez 10 millas– Bermudo se atreve a decir que uno es de un pirata bereber y el que va detrás no es un corsario sino de la Armada, aunque no sabe cuál. Le cuenta a Pedrete la estrategia ideada por el Capità Toni de no ir al abordaje desde el primer momento, sino perseguir a la presa y barrerla a cañonazos para que en el momento del abordaje sea todo más sencillo.
–¿Quieres que nos acerquemos más? –pregunta Bermudo– Estarán tan concentrados entre ellos que no se fijaran en nosotros.
Ciñen y los otros dos van al largo, parece clara la intención del cazador de dejar sin espacio a la presa y cerrarla contra el Cabo Formentor, gran jugada si lo consigue.
–¿Llegaremos a cruzarnos o nos pasarán de largo? –pregunta Pedrete.
–Si a medida que nos acercamos vemos los otros barcos siempre en el mismo sito, sobre la chumacera por ejemplo, hay riesgo de colisión. Si cuanto más cerca estamos más a proa los vemos pasaran ellos de largo, sin embargo si los vemos cada vez más a popa pasaremos primero nosotros. ¡No les quites ojo!
A medida que se acercan ven mejor los dos barcos. El jabeque perseguidor es de pequeño porte pero mantiene a raya al pirata aunque este último tiene más andar.
–¡Mira, Bermudo! Están lanzando cosas por la borda.
Los argelinos, para aligerar su barco, tiran todo lo que pueden: cañones, pipas de agua, incluso una cabra y una jaula. El jabeque parece coger impulso y alejarse lo suficiente de su cazador, que deja de disparar.
–Todavía escaparán. Pedrete, prepara la red y ata el cabo más largo que tengamos, pon una boya en el chicote contrario. ¡Vamos a detenerles!
Bermudo orza un poco y caza mayor y mesana, llevando el llaüt lo menos escorado posible. Hay una posibilidad de pasarles por proa y no deben temer por su seguridad, ya que los piratas están todos en popa vigilando el jabeque de la Armada a dos cables por su aleta de estribor.
A menos de media milla, la situación es clara. Si los piratas pasan Formentor, sacarán todos los remos que les queden y cualquier hombre que pueda empuñar un remo lo dará todo para no ser carne de galera.
–Ahora, Pedrete, lanza la boya y ve dejando caer el cabo sin que se líe. Cuidado con la red, no debe quedarse enganchada con nada.
Una vez todo en el agua, orzada de Bermudo hasta pasar la proa por el viento y alejarse del envite. La mayor queda a la mala, hay que tener cuidado y estar atento al devant y el orsapop para largarlos en seguida si carga la racha. Sobrepasan la boya. Gritos desde el jabeque bereber, les han visto pero no hay tiempo para nada. La roda pasa por encima del cabo que rápidamente llega al codaste y queda encajado entre éste y la pala del timón. La red frena el cabo que corre hasta que la boya hace tope atorando el juego del timón. El jabeque pirata pierde el control y la velocidad inmediatamente quedando emproado. El jabeque perseguidor lo aborda chocando con fuerza en su aleta de estribor. Salta un trozo de abordaje sobre el argelino acabando con cualquier resistencia. Rendición.
–Vamos a recuperar la red y prestar nuestros respetos –le dice Bermudo a Pedrete.
-¡Bocaneeeeeegra, preséntese en la toldilla inmediatamente! –desde el barco de la Armada y con un altavoz de latón un oficial se dirige al Francisca que pasa renqueante a sotavento de los dos veleros para llegar a la popa del Cuervo Marino, que así se llamaba el jabeque.
–Paolo Malatesta, alférez de navío. ¡Enhorabuena! –dice Bermudo en cuanto reconoce al oficial.
–Cuando vi un falucho que se acercaba hacia nosotros pensé que qué valiente majadero, pero en cuanto vi la treta de la red y la boya me quedo claro que sólo podías ser tú ¿Cómo estás, qué es de tu vida? Sube al Cuervo, conocerás a media tripulación.
-Gracias, Malatesta, recojo la red y nos vamos a pescar. Me alegro mucho de verte pero no quiero subir al barco, lo entenderás –Bermudo se giró a Pedrete–. Vamos, nos queda trabajo por hacer y tal vez todavía pesquemos una cabrita.
Con un remo empujan el Francisca, una ciaboga para darse la vuelta y cobran escota hasta que las velas dejan de flamear.
–¿Les conocías, Bermudo?
–Sí, antes navegaba con ellos. Un día te contaré un par de historias de Malatesta, el oficial siciliano, una joya.