Este es el lema que campea en el escudo de armas de Juan Sebastián Elcano y que sintetiza la hazaña de aquellos 18 primeros hombres que circundaron la esfera terrestre por primera vez, navegando hacia el Poniente. Invirtieron en ello tres años y, de las cinco naves que partieron de Sevilla el 10 de agosto de 1519, solo terminó el viaje la nao Victoria. Nao deriva del latín navis, navío, a través del catalán nau. En este año que empezamos se cumplirá el quinto centenario de esta gesta.
A pesar de ser contemporáneos de las galeras, hay que hacer notar que este tipo de barcos eran más marineros que aquellas. De franco bordo mucho más alto, lo que les permitía aguantar mucho mejor los embates de la mar, derivaban de las cocas usadas por la liga Hanseática en el Báltico y Mar del Norte. Coca deriva del flamenco kok, concha, en clara alusión a sus redondeadas líneas y formas de la tablazón.
La nao Santa María de la Victoria, que era su nombre completo en honor a la Virgen ante la que Magallanes juró lealtad al Rey Carlos I, era una carraca cantábrica construida en los astilleros de Zarautz, de 28 metros de eslora y 7,5 de manga. Calaba en torno a los tres metros y tenía una capacidad de carga de algo más de 100 toneladas. Su aparejo constaba de tres palos: el palo mayor y el trinquete con velas cuadras, y el palo de mesana con vela latina. Trinquete deriva del francés triquet, que significa bastón, en alusión a que es el más pequeño de los palos. Mesana deriva del italiano mezzana y esta, a su vez, del griego messos, cosa del medio, aunque en los barcos de tres o más mástiles son los que se ubican a popa del palo mayor. También contaba con un bauprés que salía del castillo de proa, con una vela cebadera. Bauprés deriva del alemán medio bochspret, bugspriet en alemán o boegspriet en neerlandés; significa palo arqueado.
Las otras cuatro naos que formaron la expedición comandada por Magallanes, fueron la Trinidad, que era la nave capitana, la San Antonio, la Concepción y la Santiago. La Victoria era la cuarta en tamaño y la tripulaban 45 hombres de un total de 247. Gentes de las más diversas procedencias. Por hablar solo de la Victoria, su capitán, Luis Mendoza, era español de Granada. El resto de la tripulación lo formaban buenos profesionales. El piloto era portugués; los marineros, grumetes, pajes y criados del capitán procedían de Francia, Guipúzcoa, Vizcaya, Navarra, Galicia, Andalucía, Italia, Francia, Rodas y Portugal; el maestre y el contramaestre eran de Sicilia y Rodas. Hasta un alemán se contaba entre ellos, el condestable. Solo siete de ellos acabaron el viaje. El resto de los 18 que completaron la expedición provenían de las otras naos. Entre ellos un personaje que siempre me ha fascinado y que fue clave en toda la aventura: Juan de Acurio, bermeotarra que zarpó en la Concepción como contramaestre y acabó con el mismo cargo en la Victoria.
Una de las principales razones por las que Acurio se enroló en la expedición fue su afán de llegar a las Molucas por poniente. El amotinamiento del Puerto de San Julián, cuyo objetivo era regresar a España por el Atlántico y que empezó a fraguarse precisamente a bordo de la Concepción, no fue secundado ni por él ni por el maestre Aguirre, a pesar de las advertencias recibidas del propio Elcano, quien sí lo apoyaba. Acurio tenía in mente llegar a las Molucas y no quería ser partícipe de una revuelta cuyo fin era precisamente lo contrario a su objetivo. Una vez sofocado el motín y condenados a muerte los sublevados, Acurio abogó por ellos ante el mismo almirante Magallanes, aduciendo que no se podía prescindir de marinos de tal experiencia y valía porque, de lo contrario, la expedición a las Molucas nunca tendría éxito. Convino con ello el almirante, que perdonó la vida de casi todos ellos.
«Mira al poniente a España, y la aspereza de la antigua Vizcaya, de do es cierto que procede y se extiende la nobleza, por todo lo que vemos descubierto; mira a Bermeo cercado de maleza, Cabeza de Vizcaya, y sobre el puerto los anchos muros del solar de Ercilla, solar antes fundado que la villa» La Araucana, canto XXVII.