Cuando José Luis Miró, padrino literario y mentor, publicó su artículo «La Tormenta Perfecta», me puse a pensar cuántas veces habíamos pasado por lo mismo, ignorando las señales que indicaban que nos íbamos a dar una hostia. El ser humano se siente muchas veces invencible, y adopta lugares comunes como «esto no es nada, están exagerando», o «no es para tanto».
Llega entonces ese momento cuando la alarma suena y la bombilla roja destella, y se genera ese sudor frío en la espalda: «Joder, esto se pone chungo en serio, nunca me lo hubiera imaginado». No era cuestión de imaginar, era cuestión de analizar y prever, y de dejar de pensar que alguien, asociación o gobierno lo iba a resolver por nosotros.
No nos gusta asumir obligaciones, somos maestros en evitarlas sin darnos cuenta de que sólo cumpliendo obligaciones son posibles, como contrapartida, los derechos que tanto llevamos en la boca. La factura ya se deja sentir indiferente, cruel e inmisericorde como sólo pueden serlo los números: caen fuertemente las matriculaciones de yates en España.
¿No era de esperar que con la invasión de Ucrania la gente se lo pensara mucho antes de invertir sus ahorros en ocio? ¿Fuimos lo suficientemente precavidos para crear un «plan B»? Informan que el chárter náutico tendrá una buena temporada y el gobierno en vez de apoyar algo que funciona y da beneficios a la economía de las islas y la sociedad sin malograr el medioambiente (cumpliendo con las tres patas de la sostenibilidad) mira hacia otro lado y sigue castigando a la náutica de recreo, por omisión pasando de ella y activamente con las normativas de efecto populista.
Por ejemplo, Ports IB tarda tres años para regular los campos de boyas, saca pliegos con abundantes errores, fija precios mucho más allá que el coste porque si no, nadie se interesaría por la concesión, y rechaza la ayuda gratuita de un experto internacional. La inflación se dispara igual que ha hecho cada vez que hay un conflicto armado o social, provocando invariablemente la subida de combustibles. Madrid echa la culpa del precio de la luz a la guerra en Ucrania, cuando en todo el año pasado, ya con el precio desbocado, no ha hecho nada para contenerlo.
Todo el mundo quiere cubrirse por lo que pueda pasar y adivinen lo que sigue: nadie está dispuesto a querer dar el ejemplo y cortar la tendencia al alza de los precios. La bola de nieve inflacionaria crece sin parar. No estoy inventándome nada pues en Buenos Aires de los años 70 del siglo pasado viví, durante casi un año, con un 1300% de inflación. No soy economista pero ese año hice virguerías para llegar a fin de mes, y eso crea experiencia.
Ahora, sin planearlo, estoy mucho mejor preparado para el golpe. El crecimiento demográfico en España es del 1,3 (los hijos promedio de cada familia). Con eso no puede mantenerse el estado de bienestar que todo gobernante predica. El día que eso caiga a menos de uno estarán jodidos los que nazcan, los que curran y los que se jubilan. Y seguimos yendo cada uno por su lado, sin terminar de analizar, de prever y de unirnos. Las pequeñas empresas náuticas que ofrecen motorización eléctrica se encuentran con un muro burocrático mientras el gobierno les felicita y les promete el oro y el moro (el oro resultó plomo amarillo y el moro, de Marsella), y se encuentran que para una instalación de 15.000 euros en un llaüt hacen falta 5.000 euros más de burocracia. Todos lo tenemos más claro que el otro y queremos imponer por cojones nuestras ideas aplicando una vanidad destructiva.