Para hablarles de Na Guardis -un pequeño islote frente a la Colònia de Sant Jordi- y su importancia en la escuela de vela de ese puerto he de empezar un poco más lejos.
Durante la cuarentena queríamos salir y navegar. Llegar a una playa o una cala, todos tenemos un festino favorito. Cuando fuimos pasando las distintas fases, los que teníamos que trabajar en las escuelas de vela nos las veíamos y deseábamos para organizar protocolos, limpiezas y desinfecciones o toma de temperaturas. Por no hablar de que nadie era capaz de hacer una previsión de cómo iría el verano.
Por fin arrancamos pero, ¡ay!, Na Guardis, mi destino favorito con los niños de la escuela, era tabú y no se podía desembarcar en ella. Gracias a o debido al coronavirus, la gaviota roja se había desplazado desde Sa Dragonera y habían anidado allí. Había que esperar a que los polluelos volaran.
En agosto hemos podido visitarla. ¿Y por qué es tan importante? Para mí es todo lo que no es navegación, lo que de primeras no se explica en una escuela de vela pero es imprescindible para enganchar a los niños y convertirlos en enamorados del mar. Entenderán que hay que fondear en el lado de sotavento para estar protegidos, podemos hablar de los restos fenicios y los increíbles viajes de estos navegantes hasta Cádiz y vuelta, ver la naturaleza en acción con sus sargantanes, cangrejos y caracoles. Recoger plásticos y otras basuras para dejar una isla más limpia que cuando llegamos y concienciarnos del medio ambiente. Probar la sal directamente de los cocós o fijarnos en el faro abeja, su vecino el faro cebra y las demás balizas que nos indican el camino a puerto. Ver pasar veleros y saber diferenciar ketchs, yawls y goletas. Toda la cultura que lleva aparejada la navegación, ya sea a vela, remo o motor; navegues por diversión, deporte o trabajo. Aquello que acaba metiéndonos la sal en las venas y hace que tengamos que salir al mar.
Ya lo recordó hace poco Antonio Deudero aquí mismo: naviagare necesse est…