Bermudo apretó los dientes tanto que rechinaron; entonces notó como un cacho de muela se deslizaba sobre el resto. Se despertó sobresaltado y comprobó que tenía un trozo bailando en la boca: no había sido un sueño, sino su pobre dentadura. Se incorporó en la litera. Salió en silencio de la cabina para no despertar a Dominique, el marinero francés de los brazos nervudos, ni a Pedrete, el niño que le acompañaba y hacía de grumete.
Una vez en la cubierta del Arcángel pudo ver un amanecer de junio desde cala En Busquets, en Ciutadella. Salvo por tener un trozo de muela en la mano, ¿qué más se podía pedir al día de hoy? Menorca, Ciutadella, en junio, y un cielo despejado, azul añil en poniente, naranja y rojizo en levante. Lanzó el diente por la borda.
Mientras los otros dos dormían repasó las tareas para el día. Lo más importante era recibir a la institutriz y a las dos niñas que tenían que pasar a Mallorca. Dejar el barco preparado y salir al día siguiente. Así de fácil, luego había que sumar que tenía que ser discreto y, tal vez lo más peligroso, la posible invasión de la isla por una flota inglesa, razón principal para transportar a las tres norteamericanas que visitaban la isla por sus ruinas prehistóricas.
Una vez que hubieron desayunado Bermudo pasó al chinchorro.
-Dominique, por la tarde vendrán las pasajeras, habría que hacer sitio. ¡A saber cuánto equipaje traen!
-¿Una mujer y dos niñas? Estás llamando a la mala suerte y encima no podremos entrar en la cabina de tantos baúles que traerán.
-Paciencia, mon ami, sólo tenemos que cruzar el canal.
Cogió los remos y pasó al otro lado hasta llegar al punto donde el acantilado deja paso a las murallas y al muelle donde unos cuantos faluchos armados al corso y un jabeque de la Armada esperaban a salir y combatir si llegaba el aviso de los vigías de la costa. Amarró el chinchorro entre un gussi y una tèquina, posiblemente auxiliares de veleros más grandes. Bermudo subió por el Portal del Mar y una vez en la plaza del Born dio un pequeño rodeo para llegar a su destino: Puríssima, Sant Francesc, Sant Jeroni, Roser, Iglesia del Roser.
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida.
La pequeña iglesia, con sus tres capillas a cada lado y su penumbra alojaba a un diácono que revisaba los cepillos y a Paolo Malatesta, alférez de navío y comandante del Cuervo, compañero de Bermudo anteriormente.
-No hacía falta que dieras tanta vuelta, sabemos y saben que estás aquí, podrías tener un barco más discreto.
-Sí, y un barco más lento también. ¿Qué me puedes contar? ¿Pasaré fácilmente o me encontrare a toda la flota inglesa del Mediterráneo?
-No mucho, ha llegado un correo a Mahón desde Barcelona sin novedad. No sabemos si los ingleses se han vuelto hacia Malta o sólo han subido más al Norte. ¿Sabes lo que haces? La mujer que llevarás a Mallorca es una espía yanqui y los ingleses van detrás suyo.
- ¡No, hombre! Es una institutriz con dos niñas, una de ellas hija de un potentado norteamericano que han venido a ver piedras. No hay mucho que espiar aquí.
-¿Ver piedras que llevan más años que yo qué sé?¡Es la excusa más peregrina que me han contado jamás!
-Mañana salgo ¿qué me encontraré?
-Puede que toda la flota o tal vez el Monkey, una goleta de velacho de cincuenta y pico pies y un solo cañón. El capitán es un bravucón que persigue a todos los barcos pero luego se retira, como si buscara algo o a alguien. Tal vez tu pasaje. Últimamente recorre todo el sur de Menorca.
-Un mono, un ángel y un cuervo se encuentran en el canal de Mallorca… Parecerá un chiste.
-Sólo un mono y un ángel. Mis instrucciones no me permiten salir a la mar si no hay invasión. Mucho lucir en puerto pero poco más.
-De acuerdo, nos vemos en la próxima. Gracias por la información.
De vuelta al puerto Bermudo se paró a hablar con unos pescadores que le informaron del corsario inglés y del cambio del tiempo que se esperaba.
Cuando caía la tarde llegó la institutriz con las niñas. Descargaron de un carro tan sólo un baúl y unos hatillos, bajaron la cuesta hasta el borde del mar y en el pequeño embarcadero se hicieron unos transbordos hasta el Arcángel.
-Buenas tardes, soy Celeste Sanders, la institutriz de Mrs. Mearns y de Mrs. Seguí. ¡Saludad, señoritas!
Bermudo pensó que era demasiado rubia, pálida y sonriente para ser una espía. Tal vez, pero el perfume de mirto y limón era también demasiado marcado para pasar desapercibido.
-Hola, somos Dominique, Pedrete y yo, Bermudo, a su servicio. Muy buen castellano para una norteamericana, ¿no?
-Mi familia es de South Carolina y comercian con esponjas de Cuba, he viajado en varias ocasiones para hacer los tratos comerciales. He navegado hasta allí en goletas como esta, por cierto: son comunes en a costa Este y tenemos unas cuantas en nuestros negocios.
-¿Las niñas hablan castellano?
-Tan sólo inglés y francés. ¿El grumete se entenderá con ellas?
-Tiene un francés suficiente para entenderse con marineros de Marsella.
-Mejor que hablen poco, entonces -dijo Sanders entre risas.
Estiban la carga, izan el chinchorro, una cena frugal y duermen en el barco, a proa el pasaje, en la conejera del navegante Pedrete y en la bañera –bajo el toldo– los dos marineros.
El día amanece despejado, con un vientecito del norte que se canaliza saliendo del puerto. La institutriz aparece en cubierta con unos pantalones de sarga y coge la caña, Dominique menea la cabeza mientras monta la pagaya en la popa para la ciaboga, Bermudo recoge el ancla y Pedrete no sale de su asombro. La goleta avanza y sale de Cala en Busquet. Despliegan foque, trinquetilla y trinquete dejando la mayor para más adelante.
En las cercanías del Castellet izan una bandera azul sobre una blanca, la señal que le indicó Malatesta para franquear las defensas de Ciutadella. Sólo queda cruzar hasta Mallorca vigilando el Cap d’Artrutx al Sur y el Cap de Menorca por el través de estribor.
Tras media milla el viento cae, al sur se distinguen unas velas. Un velero de pequeño porte –aunque mayor que el Arcángel– les ha visto. Sin duda es el Monkey, pueden distinguir el velacho que corona el mástil de trinquete. Al sur de Artrutx hay algo más de viento y ven acercarse al corsario. Bermudo decide seguir adelante y no volver a puerto. Mientras, al norte se está formando una tormenta, una inmensa nube no para de crecer descargando viento.
-Una tormenta mediterránea, son muy bruscas, fuertes y súbitas. Vamos a ir hacia ella y confiar en que el corsario inglés no sepa manejarla.
Preparan toda la maniobra para hacer rizos. El corsario se les acerca pero van de cabeza hacia el viento. Una nube gigante que debe verse perfectamente desde Alcudia se oscurece más y más, primera racha, mayor abajo, tomadores, foque abajo, Pedrete a gatas en el botalón hace firme las velas de proa, trinquete abajo. Todo fiado a la trinquetilla. El barco mete todo el trancatil en el agua. Gritos de las niñas a bordo. Mandan a Pedrete a la cabina con las chicas, cierra la escotilla dejando sólo una rendija. La noche ha llegado y son las diez de la mañana. El viento aplana el mar, las olas son extrañamente redondeadas y escupen jirones de espuma, la visibilidad se reduce a poco más del botalón. El corsario debe estar pasándolo mal, no habían reducido trapo más allá del velacho y algún foque. En la bañera Bermudo y Dominique tienen que hablar a gritos para hacerse oír. Celeste levanta el brazo y señala por la aleta de estribor, se está formando una manga de agua. Bermudo suspira, está todo perdido, el barco ya lo está pasando mal como para aguantar un cap de fibló. Increíblemente se aleja de ellos y desaparece. Entre el ruido de la tormenta oyen algo más. Y en un momento irreal ven pasar a dos esloras por la amura de barlovento un amasijo de madera, el casco de un barco arrastrado por unas velas que como cometas empujan y tiran del corsario casi horizontal sobre un mar erizado. No han chocado de milagro y menos aún saben cómo les ha podido adelantar. Toca aguantar, los tres en la bañera con los capotes y los tres en la cabina aterrados al no ver lo que pasa. A palo seco el barco escora y cabecea, Bermudo y Dominique aguantan la larga caña, el agua corre por los imbornales.
Baja el viento, mejora la visibilidad, deja de llover y por poniente se abre un claro. La tormenta, que tan rápido se había formado, desaparece dejando una visibilidad total y unos borreguitos dispersos. Se sacuden los capotes y los marineros izan la mayor mientras Celeste trata de encontrar al Monkey. Ni rastro de la goleta ni de su tripulación. Ni un mísero rastro, nada.
Al fondo, Mallorca. Han corrido un buen temporal y se han acercado más rápido de lo esperado. Dominique pone la proa hacia la posición de las señas que le han dado. La goleta avanza a buen paso y las niñas salen de la cabina y se sientan con la señorita Sanders mientras Pedrete organiza el desaguisado que se ha montado con tanto brinco.
Bermudo sigue sorprendido por lo bien que han aguantado la institutriz y las niñas el tormentón que han pasado. Hay gato encerrado, piensa, pero mejor no hacerse preguntas.
-¡Allí! Ya veo el Isabel María -Pedrete señala por la amura de babor una vela latina.
El Arcángel llega a la altura del llaut coster y arria el velamen, ponen unas defensas y se abarloan.
-Pensaba que nos seguirían y ya tenía apalabrado un trasbordo con Amador. Señorita Sanders, tenga cuidado con el patrón, con tal de impresionarla es capaz de comprar un pequeño balandro y llamarlo American girl.
-¡Ja, ja, ja! No se atreverá a tanto.
Pasan el baúl y los hatillos, las niñas y Celeste saltan al Isabel María.
-¿Qué hará usted, señor Bocanegra?
Bermudo se lleva una mano a la mejilla, se mesa la barba mientras se acuerda de su muela.
-Correremos toda la costa como si las lleváramos hasta la bahía de Palma. Sin duda, usted o las niñas interesan a los ingleses y no sabemos si habrá más barcos buscándonos.