Los niños –Pedrete, Xavier, Mateo y Biel– habían sido enviados a una importante y lejana misión, tenían que volver con un cubo de cangrejos para la paella, pero los del muelle enfrente de la casa familiar no eran suficientes, había que ir hasta Punta Avanzada.
Los chicos salieron disparados hacia el puerto para coger el chinchorro del Arcángel. Izaron el pequeño foque y la mayor guaira enseguida asomó por encima del palo. El Chato era un bote inglés que hacía buenas migas con la goleta americana. De proa recta, era lo que los anglófilos denominaban pram. Al salir, armados de un pequeño rezón y un cubo para meter los cangrejos, el contramaestre del puerto les advirtió de que tuvieran cuidado con las nubes que asomaban sobre las montañas.
–Traen viento, no lluvia. Id con cuidado y volved en cuanto empiece a soplar.
Un ligero Norte hizo que de un través llegaran a su destino, todos perfectamente ocupados en sus puestos: caña, escota de mayor, escotas de foque y serviola. Amarraron el pequeño bote en el muelle, lanzando el rezón por popa. Pedrete pensó que Bermudo estaría orgulloso de esta maniobra tan bien ejecutada.
Comenzó la recolección de cangrejos y unos cuantos erizos que tanto gustaban al padre de Xavier, recuerdos de su época de buceador en Francia. Mateo levantó la cabeza y vio como las nubes engullían la atalaya de Albercutx. Una ceja negra y espesa cubría desde allí hasta más allá de la Punta. ¡Es hora de volver!
Rápidamente cargaron el cubo en el chinchorro, largaron la amarra de proa y pasaron el fondeo desde la popa hacia la proa para encararse al viento. Izaron el foque que comenzó a flamear con fuerza, arriba con la mayor que no fue más que un mar de golpes entre el pico, el trapo y la botavara. Xavier no podía recuperar el rezón, Mateo se fue junto a él y tiraron con fuerza. El Chato hocicó y embarcaron algo de agua. Golpe de timón y arribaron, las velas se hincharon automáticamente y el velerito dio un salto hacia adelante.
–Trataremos de ceñir un poco para ir pegados a la costa y esta nos resguardará.
Rápidamente cargaron el cubo en el chinchorro, largaron la amarra de proa y pasaron el fondeo desde la popa hacia la proa para encararse al vientoComenzó la navegación, parte de la mayor flameaba para cargar menos viento, el foque se mantenía tenso y las rachas caían desordenadas por las montañas. Los tres mayores sentados bien pegaditos en la banda y Xavier con los pies colgando por la banda y asido a un obenque trataban de llevar plano el barco, una tarea de titanes ya que el viento se movía de la amura a la aleta. Pedrete iba haciendo zigzag sin conseguir la ceñida imaginada, Biel amollaba y cazaba la mayor para mantener el equilibrio del pequeño velero.
–A un cable o cable y medio estaremos a la altura de esos pinos y las primeras casas, ya estará todo hecho.
Nada más decir esto una racha traicionera escoró el Chato hasta meter toda la borda de sotavento bajo el agua. Mateo aguantó un segundo y soltó el foque, Pedrete orzó para emproarse. Una docena de cangrejos correteaban por la bañera y un ejército de púas les esperaba junto a la caja de la orza. Xavier sin dudarlo se puso a achicar agua mientras trataba de mantener a raya a los cangrejos. Cazaron de nuevo las velas y a poca velocidad retomaron la navegación. Pinzas y púas complicaban el arte de la vela, un ojo para el barco y otro para los pies, una mano para el barco y otro para meter los cangrejos de nuevo en el cubo.
Ya frente a la casa de los Capllonch quedaba lo más sencillo, tres o cuatro bordos en una zona sin viento, con todos los padres comentando la maniobra, algún abuelo pasando pena y las indicaciones de Bermudo. Llegaron al muelle a pesar de todo.
–Chicos, habéis navegado como auténticos jabatos –dijo Bermudo–. Me habéis recordado a los Tigres de Mompracem.
–¿Quiénes son esos tigres?- preguntó Pedrete.
–Unos señores con los que coincidí una vez, pero eso es otra historia.