Dos días antes unos señores distinguidos habían llegado al Port de Pollença proponiendo un encargo tan absurdo que Bermudo no supo decir que no: transportar un cargamento de hielo hasta Ciutadella, donde una señora suspiraba por los granizados que tomaba en Aranjuez antes de que destinaran a su familia a Menorca.
El plan era sencillo, traerían el hielo de madrugada desde una casa de neu del Puig Tomir, lo subirían al barco, envolverían las cajas en unas mantas que a su vez las mantendrían empapadas todo el camino y llegarían tan rápido como fuera posible a la isla vecina.
Una cantidad por el viaje y otra por kilo de hielo que llegara. Un plan perfecto, ¡nada podía fallar! Bermudo Bocanegra disponía de un excelente velero, el Arcángel, una goleta franca de pequeño porte, casi un barco de señora, con lo palos ligeramente caídos a popa y un bauprés que le daba al conjunto un aire fino y raso.
La mayor, mesana y los tres foques, además de la escandalosa y la fisherman hacían del velero un gran barloventeador. La goleta era una extraña entre los llaüts y faluchos que se veían por las islas, su origen norteamericano la delataba pero la disposición de las velas la hacía muy eficaz y fácilmente manejable por tres personas.
–Bien, mañana al alba traigan con una pastera el cargamento al barco, nosotros estaremos fondeados, prestos para salir. Lo cargaremos y con el viento saldremos. Esperemos que sople y que no haga calor.
Del puerto hacia la playa de Albercutx el mar se veía calmo, era un estanque, pero justo desde el muelle hacia Llenaire soplaba un terral que marcaba una lengua de viento en la bahía. Izaron la mesana, Bermudo y Dominique cazaron la vela para que la goleta se mantuviera perfectamente aproada y pasaron a izar la mayor.
Halaban a la vez la driza de pico y a de boca, los garruchos circulares subían por el mástil. Hicieron firmes en las cabillas las drizas y pasaron a izar los foques. Soplaba poco y había que aprovechar todo el trapo.
–Pedrete, coge la caña! –dijo Bermudo– Saldremos marcha atrás.
El grumete pensó que eso era imposible. Los fibrosos brazos de Dominique recogieron fácilmente el ancla. Bermudo soltó la escota, empujó la botavara hasta dejar la mesana cruzada al barco. La vela se hinchó y la goleta comenzó a retroceder.
–¡Toda la caña a la banda de babor!
El niño así lo hizo y el barco comenzó una lenta curva. Las demás velas dejaron de flamear, todos los foques pasaron a sotavento. Cazaron la mayor y dejaron pasar suavemente la botavara de la mesana a su lugar natural. Bermudo cogió la caña, tiró de ella hacia barlovento y fueron soltando escotas una a una para el rumbo al largo que llevaban.
Próxima parada: Ciutadella.