Es un político local que, como casi todos los que hemos conocido desde 1997, son la antítesis de un estadista. Se graduó de abogado e hizo sus pinitos con habilidad, desde técnico del Instituto Municipal de la Vivienda a secretario general del Partido Socialista de las Islas Baleares y dos veces presidente de las Islas Baleares, entre 1999 y 2003, y de 2007 a 2011.
Una carrera así, como tantas otras, nos muestra esas personalidades que sólo deben, para no tener problemas, ser cautelosos, ya que el partido les cuidará mientras no se transformen en descarriados. Recuerdo que en su segundo período como presidente, se sentaba a tomar café frente al Palau March, y dos o tres ayudantes se ocupaban de mantener los reporteros a raya, lejos de la mesa, porque «el presidente está descansando» esto salió con fotos, en su momento, en el diario Ultima Hora. Los abogados, por su profesión, son muy buenos en caer parados en toda situación.
Francesc Antich se caracterizó, en su último periodo en la presidencia, por no hacer nada. En parte por tener al gobierno central en contra (el de José María Aznar), en parte porque la crítica por no hacer nada siempre es más manejable que la de emprender cambios que la oposición no digiere bien.
Tenemos una forma de gobierno que está mucho más cerca de la oligarquía que de la democracia, ya que los políticos hacen y deshacen, promulgan leyes pactadas entre ellos, se asignan sueldos y premios, dietas, vehículos, choferes, etc. No son oligarquía pura, por ahora, porque sus miembros no son, en general, adinerados. Nuestro expresidente nada en esas aguas confortablemente, cuidadoso con Madrid, cuidadoso en Mallorca, que además no está uno a los 61 años como para hacer tonterías ni levantar estandartes de campañas liberadoras a seis años de jubilarse
¿Se le puede criticar? No creo. Quizás lo que no hizo cuando pudo, pero ¿ahora? Un dinosaurio a la espera de una jubilación «muy merecida» como la definen ellos. Su discípula Francina Armengol le pide ayuda porque le explotó un amiguete en la mano (no todos los nombramientos por amistad o nepotismo resultan acertados) y necesitaba sepultar la metida de pata lo más rápido y profundo posible. Aquí se pone en marcha la lealtad partidaria donde el expresidente sale en ayuda de la presidenta en apuros y lo admite declarando «mi amiga Francina Armengol me pidió el favor de presidir la Autoridad Portuaria de Baleares, cómo iba a negarme».
Menos mal que no tenemos una agencia espacial o de energía atómica, porque designar personas a dedo o por amistad o porque son del partido no deja de ser arriesgado en extremo. A ver si se nos cae un cohete o Mallorca se transforma en Chernobyl, que eso espanta al turismo.
¡Cuidado! Sí que se puede hacer, haciéndose rodear de los mejores eruditos, técnicos, científicos y profesionales. Pero ese método no lo enseñan en ningún partido, además, en la política es muy peligroso que personas capacitadas y con experiencia empiecen a tomarse las libertades de decir lo que hay que hacer.
Francesc Antich tomará la presidencia de la APB y sólo firmará o autorizará lo que le diga Francina Armengol. Irá a algunas reuniones de Puertos del Estado en Madrid, donde callará y se mimetizará con las cómodas butacas de la sala de juntas mientras se toma un café. Dentro de tres años todavía no sabrá diferenciar un muelle de un rompeolas.
Mientras tanto, las concesiones portuarias, el transporte marítimo, las reparaciones náuticas de embarcaciones, las empresas de chárter, los remolcadores, los agentes marítimos y los cruceros turísticos aguantarán la respiración esperando poder llegar con algo de oxígeno a 2024.