Nos acabamos de reunir para decidir el tema de apertura de la portada de este mes. La decisión es por norma fruto del consenso, pero hoy he tenido que imponer mi criterio –y mis galones– porque soy la única integrante del equipo de Gaceta Náutica que está dispuesta a dar un voto de confianza al Consell de Mallorca en su proyecto de creación del Museo Marítimo. El resto cree que se trata de una maniobra de marketing político de cara a las elecciones autonómicas de mayo de 2019 y que volverá a ocurrir lo de siempre: que se hablará mucho pero no se hará nada.
Les he dicho a mis compañeros que no creo que debamos tratar un asunto en función de cómo pensamos que puede evolucionar, sino de los datos objetivos de los que disponemos. Y lo cierto es que por primera vez en 30 años un político se ha comprometido personalmente a que haya museo y hasta ha puesto fecha a su apertura. Y no un político cualquiera, sino el presidente de la máxima institución insular. Si Miquel Ensenyat cumple o no su palabra dada a Gaceta Náutica, no es algo que nosotros vayamos a decidir a priori. Vamos a darle a esta esperada noticia la importancia que tiene y en un año, si eso, lo hablamos.
Con todo, hay varias cosas que me preocupan. La más importante es la financiación. Mallorca no ha de tener un simple museo, sino un museo de referencia, a la altura de la importancia del mar en el desarrollo de nuestra historia. No nos van a engañar con una exposición de llaüts. Ha de ser un centro atractivo, capaz de incentivar el interés de los residentes y los turistas, y con recursos para afrontar retos tan importantes como la protección de ciertos bienes patrimoniales que están en peligro. No hablo sólo de las famosas barcas depositadas en las cuevas de Bellver. Hay que procurar que muchos barcos históricos que navegan rumbo a su desgüace tengan un plan de usos que garantice su supervivencia.
Un buen museo requiere inversión. La partida inicial de 250.000 euros está muy lejos de los cuatro millones que las autoridades se gastarán en el museo del ferrocarril de Son Servera. Nos adelanta Ensenyat que la idea es que el Museo Marítimo reciba en el futuro más dinero de otras instituciones (Ayuntamiento y Autoridad Portuaria) y de la mal llamada ecotasa, un impuesto que, casi con toda seguridad, será derogado si el centroderecha recupera el poder en Baleares. ¿Qué ocurrirá entonces? Un museo no es para una legislatura, y menos para un final de legislatura. Es para toda la vida y ha de ser fruto del consenso. Su mantenimiento debe quedar perfectamente definido desde el momento de su nacimiento.
Echo de menos, por otro lado, una mayor implicación de la Autoridad Portuaria de Baleares, organismo que en 2016 ingresó más de 33 millones de la náutica recreativa y cuyas principales inversiones en Baleares están destinadas a crear infraestructuras para los cruceros. El Consell y el Ayuntamiento deberían apretar un poco más a la APB, que al fin y al cabo es la que tiene una implicación más directa con el mar. Su participación ha de ser mayor que la cesión de fondos y de edificios en desuso.
En cuanto al modelo, no me parece que dividir el museo en subsedes sea una buena idea. Mallorca es una isla pequeña, Palma está a pocos kilómetros de cualquier municipio y una sede central en el puerto de la capital no impide que cualquier mallorquín con un mínimo de interés pueda visitarlo. Pero seamos positivos. Hoy estamos más cerca de tener un museo marítimo que en los 15 años de vida de Gaceta Náutica. Eso es lo que quiero que entienda mis escépticos compañeros a la hora de elegir la noticia de portada.