Nada nuevo si afirmo que este verano está siendo muy atípico. Tras el estado de alarma y el confinamiento, en casa necesitábamos buscar espacio, salir. Habíamos estado centrados en hacer las cosas adecuadamente y lo cierto es que 105 días encerrados en el domicilio no ha sido moco de pavo, para nadie. Haciendo de esta situación una oportunidad, decidimos algo que tenía en mente desde hacía años: dar la vuelta a Mallorca.
Tras las rutinas para mantener una vida ordenada en el confinamiento, se abría la aventura de navegar. La idea y los preparativos fueron por sí solos una bocanada de aire fresco. En la mesa del salón la carta náutica en papel y la tablet para programarlo todo.
Dos opciones: a levante o a poniente, el parte meteorológico daría la pauta. Cada etapa de unas 4 horas a 7 nudos de media, con parada intermedia para «hacer un capfico» y comer. Y para dormir, siempre un fondeo seguro, con alternativa de amarre en puerto.
Alquilar el barco nos deparó la sorpresa de unas tarifas bastante rebajadas. Todo estaba yendo viento en popa. Un excelente velero Beneteau Oceanis de 41 pies, con 3 camarotes dobles y dos baños completos, perfecto para la travesía y vida a bordo, de una semana de duración.
Zarpamos la tercera semana de junio, en sentido contrahorario (hacia el este). Del puerto de Palma a la playa de Es Trenc fue nuestra primera etapa. Hizo una noche preciosa, de mar llana y sin viento, cenando animadamente en bañera, con la satisfacción de la primera etapa completada. Y lo mejor: el despertar en esas aguas y tirarse al mar. ¡Qué lujo! Incluso pudimos acercarnos a tierra para pasear por la playa, que era para nosotros casi en exclusiva, ¡un paraíso!
Tras levar anclas hicimos breve parada en Es Carbó para comer a bordo y luego rumbo a Porto Colom, donde teníamos boya para pasar la noche. Paseo por tierra y cena en bañera.
La siguiente etapa fue entre Porto Colom y Cala Ratjada, donde teníamos reservado amarre en el club náutico. La parada intermedia fue en Cala Varques, donde compartimos la cala solos con otro barco, cosa que hubiera sido impensable en otras circunstancias.
En Cala Ratjada llamaba la atención la tranquilidad del puerto y lo cristalina que estaba el agua. El paseo al ocaso nos confirmó la ausencia de turistas en bares y restaurantes que provocaba la pandemia, donde llamábamos la atención como grupo de personas que buscaba mesa para cenar.
Al día siguiente zarpamos rumbo a Pollença, con parada en Es Caló. Fue la única etapa donde tuvimos viento y no era de proa, navegando a vela toda la bahía. La playa de Formentor estaba espectacular, siendo punto de partida de la siguiente etapa hasta el puerto de Sóller, con parada para nadar y comer en la Cala de Sant Vicenç. Además de lo espectacular del paisaje, lo que más me sorprendió es que no nos cruzamos con ni un solo barco hasta llegar al Puerto de Sóller.
La penúltima etapa fue de Sóller al puerto de Andratx, con parada en Sant Elm, donde nos esperaba un agua de un azul fresco con fondo de arena que invitaba al baño y alegraba la vista.
La vuelta a Mallorca tocaba a su fin con la escala Andratx-Palma. Dejamos El Toro y el Cabo de Cala Figuera por babor. Parada en Illetas. Y al final, Palma.
El tiempo fue inmejorable, tal vez un poco más de viento para navegar más a vela. Ha sido una ocasión única. Mallorca para nosotros solos.