La tripulación que fue devorada por los tiburones

Solo 316 marineros de una dotación de 1.196 sobrevivieron al hundimiento del USS Indianapolis al final de la Segunda Guerra Mundial

El USS Indianapolis navegando en sus días de combate en el Océano Pacífico. Fotografias: Wikimedia Commons

El USS Indianapolis estuvo presente en varios de los momentos históricos de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico. Estaba destinado a entrar en la historia, pero no de esa manera. A pesar de su papel decisivo en muchos episodios de la contienda, los libros lo recuerdan principalmente como el barco cuya tripulación fue devorada por tiburones tras un ataque con torpedos de un submarino japonés el 30 de julio de 1945.

Solo 317 hombres de una dotación de 1.196 sobrevivieron para contarlo. Los cinco días y cinco noches que pasaron flotando en el agua, soportando el calor de día y el frío de noche, fueron una auténtica pesadilla, mientras observaban cómo los tiburones, que llegaron pronto al lugar del naufragio, devoraban uno a uno a los náufragos que seguían en el agua. En un principio se habló de tiburones tigre, aunque luego se confirmó que, en su mayoría, fueron tiburones oceánicos de puntas blancas. Los escualos los acechaban, rodeándolos y seleccionando sus víctimas de manera aleatoria. Un pequeño tirón, un grito y la locura desatada por la sangre de una nueva víctima en el agua. Estaban totalmente indefensos. Algunos lograron subirse a pequeños botes de goma que sobrevivieron al naufragio, pero el resto, amontonados en el agua e intentando ahuyentar a los tiburones con patadas cuando los veían acercarse, vivieron días de terror absoluto.

Los cálculos estiman que más de 880 hombres sobrevivieron inicialmente al hundimiento, a pesar de que el barco zozobró en poco más de diez minutos tras inclinarse hacia estribor. Sin embargo, la rapidez del hundimiento no dio tiempo a arriar botes salvavidas, por lo que los supervivientes quedaron prácticamente desamparados en el agua. Más de 500 perecieron en esos cinco días de espera, la mayoría como resultado de los ataques de los tiburones.

El Indianapolis había tenido hasta entonces una historia llena de triunfos y buena suerte. Tras su botadura en 1931 en Nueva York, se convirtió casi en el “buque de Estado” del presidente Roosevelt, quien lo usaba a menudo en sus giras internacionales. Era un crucero pesado de 610 pies (unos 186 metros de eslora) con un desplazamiento de 9.950 toneladas y motores que le daban una velocidad máxima de 32,7 nudos. Era el buque insignia de la V Flota y estaba armado con impresionantes cañones de 203 milímetros, capaces de disparar proyectiles de cien kilos de peso.

Era uno de los 18 cruceros pesados con los que contaba la Armada estadounidense al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Curiosamente, la buena suerte le libró del ataque japonés a Pearl Harbor en diciembre de 1941, que marcó la entrada de Estados Unidos en la guerra. Aunque tenía su base en Pearl Harbor, el Indianapolis fue movilizado solo dos días antes del ataque para participar en un ejercicio en la isla Johnson. Ese desplazamiento inesperado —cuando parte de su dotación estaba de permiso— alimentó teorías sobre un posible conocimiento previo del ataque y que se hubieran retirado algunas de las mejores unidades de Pearl Harbor.

Traslado de los supervivientes del USS Indianapolis llegando a la isla de Guam en agosto de 1945.

El siguiente encuentro del Indianapolis, o el “Indy” como lo llamaba su tripulación, con la historia fue en la batalla de Okinawa. Allí permaneció cerca de la isla, bombardeándola con su poderosa artillería durante una semana para preparar el desembarco de infantería. En este combate sufrió su primer incidente grave, al convertirse en blanco de un kamikaze, uno de los aviones suicidas que trataban de frenar el avance aliado en el Pacífico. El kamikaze impactó en el flanco de babor, causando la muerte de nueve marineros y heridas a casi una treintena. El ataque provocó también graves daños materiales que llevaron al Indianapolis al dique seco por un tiempo.

Al regresar a la acción, el Indianapolis participó en una operación ultrasecreta y decisiva en el curso de la guerra. En julio de 1945, fue encargado de transportar desde San Francisco a la isla de Tinian las piezas más grandes de la primera bomba atómica, que días después sería lanzada sobre Hiroshima (aunque algunos autores sostienen que también llevaba componentes de la segunda bomba de Nagasaki). La operación se desarrolló con la máxima confidencialidad y nadie sabía el contenido de las cajas, algunas de las cuales eran metálicas y estaban forradas de plomo, ya que contenían el núcleo radioactivo de Uranio 235, el corazón del artefacto.

Escena de la película Tiburón en la que el capitán Quint narra su experiencia en el naufragio del Indianápolis.

Desde Tinian, el Indianapolis se desplazó a Guam, de donde zarpó el 30 de julio rumbo al golfo de Leyte para participar en un ejercicio de preparación para la que entonces se consideraba la inminente invasión de Japón. Nunca llegó. Aunque su capitán, el contralmirante Charles Butler McVay III, solicitó escolta, le dijeron que ya no quedaban submarinos japoneses en la zona, aunque le recomendaron navegar en zigzag para evitar posibles encuentros con submarinos enemigos. El crucero carecía de medidas antisubmarinas y su blindaje resultaba insuficiente para las necesidades bélicas del momento.

El destino quiso que se cruzara en su camino el submarino japonés I-58, comandado por Mochitsura Hashimoto. McVay había decidido dejar de navegar en zigzag para ganar tiempo, lo cual facilitó el ataque del submarino, aunque probablemente su destino habría sido el mismo. Tres torpedos perforaron su casco y, en una última desgracia, el Indianapolis se convirtió en la última unidad de superficie estadounidense hundida en la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, el hundimiento solo fue el comienzo de cinco días de terror para su tripulación. Una cadena de fallos técnicos y errores de coordinación hizo que nadie notara su ausencia, incluso después de que no llegara a puerto en la fecha prevista. Mientras tanto, los marineros esperaban aterrorizados una ayuda que no llegó hasta que fueron descubiertos por casualidad por un avión antisubmarino, que inició la operación de rescate.

No fue hasta 2017, casi setenta años después de la tragedia, cuando un equipo de exploración financiado por Paul Allen, directivo de Microsoft, localizó los restos del USS Indianapolis en el fondo del Mar de Filipinas, a 5.500 metros de profundidad.


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