Le doy algo de vuelo a mi vanidad al leer mi columna de diciembre en Gaceta Náutica. Caldeado está el asunto con artículos que denuncian cosas que preferiríamos que no fueran parte de nuestra vida diaria. Paso algunas páginas y me encuentro una foto de Joan Oliver, recién jubilado después de 34 años como gerente del Club de Vela de Andratx, y la primera persona que me tomó en serio cuando comencé mi andadura como socio y gerente del Pantalan del Mediterráneo.
Yo iba perdido en las reuniones de ANADE con tanto monstruo sagrado: Joan Oliver, Miquel Suñer, Toni Arrom, Tomeu Bestard, Alberto Pons, Ricardo Ferrer… ¡Era la mallorquinidad suprema! Aún así, alguna que otra vez arriesgué una opinión y de a poquito conseguí que se acostumbraran a lidiar con el guiri, y además Porteño. Siempre tuve claro que yo, en Mallorca, era un invitado y que era a mí a quien tocaba adaptarse a la comunidad. Sugerir siempre, imponer nunca.
El tiempo me enseñó a acercar posturas y a reconocer el profundo conocimiento que cada uno atesoraba, las limitaciones existentes, sobre todo la necesidad de protegerse de la Administración, y la cautela con la que de vez en cuando se ponían las cartas sobre la mesa. Había de todo. Muchos años después escribí mi artículo sobre Dinosaurios e Internet, donde afirmo que a los mayores hay que escucharnos hasta cierto punto, porque nuestra experiencia se gestó en una época pasada, y nuestra capacidad de absorber las tendencias y vida moderna es limitada.
Los nautas cambian, las embarcaciones cambian, los gobiernos cambian, y llevamos mucha carga encima (buena y mala) como para poder adaptarnos al 100%. Pero hay una base que no cambia, esa que nos queda de, por ejemplo, darnos muchas veces de jeta contra el muro. Esas experiencias son intemporales y son las que vale la pena escuchar, ya que sólo se aprenden con el tiempo. Una de ellas es la de evitar la postura del avestruz. Todo tiene su importancia y ninguna prioridad debe ignorar una situación que demanda atención, por ligera que sea. Muchas pequeñas situaciones no atendidas pueden ocasionar un colapso y afectar toda una gestión. En ningún caso debemos meter la cabeza en el hoyo y esperar que las cosas se resuelvan.
Dos personas (enormes personalidades) me marcaron positivamente los primeros pasos en el mundo de los puertos deportivos: Miquel Suñer y Joan Oliver. Ahora veo a Joan en esa foto de Gaceta Náutica y me imagino al Coloso de Rodas, sempiterno, más allá del terremoto que ocasionó su derrumbe físico, vigilante, actual, uno de los símbolos mas fáciles de comprender y representando la fuerza, el control, la protección, la pertenencia al terruño. Joan, como buen mallorquín, poseía el don de expresarse con el silencio. Y luego las frases cortas, de gran contenido, que golpeaban como si una puerta se hubiera abierto durante una tormenta. No le traté mucho, no tuve necesidad, pero me cuidé de escucharle cuando podía. Jamás me defraudó, aunque nuestras posiciones no concordaran. Fue respetuoso con la tradición, más constante que la fuerza de la gravedad, innovador sin alardes, con acciones cuyo beneficio para el club y la comunidad quedaban enseguida demostrados.
También, como el león de San Marco a Venecia, defendía al club con ahínco medieval. Mucho aprendimos de él los que nos dimos cuenta de su estatura. Sigue en mi espíritu, cuerpo de cobre y piernas abiertas, a la entrada del puerto de Andratx, serio, vigilante e imponente. Nos has dejado mucho, Joan. Nunca podremos agradecértelo lo suficiente.