Ataque a una mujer que pidió a un barco que bajará la música. Le pincharon la neumática.
La temporada alta ha dejado imágenes y noticias que nos llevan a hacernos una pregunta de gran calado. ¿Hacia dónde va la náutica recreativa en nuestro país, y más concretamente en el litoral de Baleares?
Los medios generales, que muchas veces se hacen eco de percepciones que no se corresponden con la realidad, hablan de saturación. Y, a partir de esta premisa –unas veces inexacta, otras no–, la opinión pública debate acerca de si hay que limitar, regular o directamente prohibir ciertas actividades náuticas, como el acceso a las calas o el fondeo libre en arena. Es este, por desgracia, un debate instrumentalizado por las entidades afines a la Conselleria de Medio Ambiente, partidarias de un uso limitado de espacio público marítimo terrestre. Limitado a ellos, se entiende. Ya sabemos cómo se las gasta esta gente y no es necesario incidir en este punto.
No se puede negar, sin embargo, más allá de las medias verdades con las que muchos justifican su odio por la náutica y los barcos (siempre que no sean los suyos), que este verano se han visto imágenes y se han producido hechos que bien merecen una reflexión. Aquí nunca nos verán ir al rebufo del debate sobre la masificación, pues consideramos que está políticamente intoxicado y creemos que todos los ciudadanos tienen perfecto derecho al uso y disfrute del espacio público. No vemos problema en que haya muchos barcos –lo contrario: nos alegra–, pero sí creemos que es un buen momento para analizar si esta es la náutica que queremos y por la que tantos años llevamos luchando.
Es evidente –y a los hechos de este verano me remito– que la ansiada democratización del acceso al mar no está llegando acompañada de una mínima cultura marinera. Así nos encontramos a diario con comportamientos incívicos y excesos impropios de gente de la mar, por no hablar de todos los accidentes que se producen en los meses de temporada alta fruto del desconocimiento de las normas más elementales de la navegación. Lo primero que aprende un buen marino es a tener respeto al mar. La realidad nos indica que existe una minoría creciente de navegantes que no han aprendido esta lección, probablemente por carecer de educación, y que, al concentrar el foco de la opinión pública, transmiten una sensación nefasta –e injusta– sobre el colectivo.
La batalla por la buena imagen y el buen nombre de los verdaderos aficionados a la mar debe librarse también en este campo, marcando distancia frente a quienes no merecen ser considerados siquiera navegantes, aunque se desplacen por mar sobre embarcaciones: los que cometen imprudencias, poniendo en peligro su vida y la de los demás; los que fondean donde no deben; los que molestan al vecino con la música a todo volumen; los que ensucian o los que van a toda velocidad por zonas donde podría haber bañistas, ... No podemos ignorar que existen y que son el combustible que alimenta los discursos prohibicionistas oficiales (por mucho que quienes los divulgan se hagan llamar a sí mismos activistas), poniendo en peligro la supervivencia de la verdadera náutica de recreo.
Pongamos, pues, este debate sobre la mesa para que las soluciones no pasen, como ocurre siempre que un colectivo se defiende con el silencio, por perjudicar a esa inmensa mayoría de usuarios que aman y por tanto respetan y cuidan la mar, y lo hacen además sin pretender obtener ningún rédito ni reconocimiento por ello.